Son tiempos de intolerancia, parece que nos resulta muy difícil aceptar lo que otros piensan si ese pensar es diferente al nuestro. Y esto merece un análisis profundo, (incluyendo un autoanálisis), porque siempre es más fácil ver la intolerancia en los demás que en uno mismo.
¿Por qué no entendemos que la gente no piense igual que nosotros; por qué nos es instintivo querer homogeneizar las ideas, por qué nos enoja que quieran a quienes nosotros no queremos, o que admitan sentimientos, modos, creencias, miradas que no compartimos?
Inevitablemente en temas políticos, religiosos esto se agudiza; ponemos toda nuestra energía en defender aquello que consideramos lo bueno, lo justo, lo ideal, y subestimamos con cierta soberbia lo que nuestros interlocutores expresan. Pero generalmente no escuchamos demasiado porque sabemos de antemano que no vamos a compartir la idea del otro y nos oponemos sin mediar reflexión, porque nos atamos demasiado a nuestros esquemas y nos resulta casi imposible desdecirnos o admitir que nos hemos equivocado.
Porque equivocarnos es, cuando de religión o ideología se trata, tener que rever todos esos esquemas arraigados, analizarlos objetivamente, (si eso fuera posible), y modificarlos. Y no estamos dispuestos a hacerlo.
Quiero citar textualmente a Humberto Maturana, biólogo chileno; hombre de ciencias, comprometido con la realidad. Dijo en su libro “Del Ser al Hacer”;” A veces creo que vivimos en una cultura donde la convicción de ser dueño de la verdad es entendida como una invitación al imperialismo. ¿Por qué, si uno sabe exactamente lo que es correcto, habría de dejar que los otros sigan sumidos en la ignorancia? ¡No serla mejor, se pregunta uno en esta cultura, no sería adecuado y pertinente corregir de una vez por todas la cosmovisión supuestamente ignorante, a la verdadera y correcta? Luego, en algún momento, lo diferente aparece como una amenaza inaceptable e insoportable cuya corrección y eliminación parece indicada. Porque uno sabe; conoce las respuestas correctas, la manera de vivir correcta, el dios verdadero. La posible consecuencia de esta postura es que seres humanos empleen violencia contra otros seres humanos. Se justifican diciendo que tendrían un acceso privilegiado a la verdad o estarían luchando por un determinado ideal. Y esta idea según ellos legitiman su conducta y los distingue de los delincuentes comunes”.
Algunos hechos de nuestra realidad nos invitan a pensar si realmente no debiéramos empezar a entender que no existe una verdad única, que nadie es el dueño de esa verdad y que siempre, siempre el aprendizaje implica sacarse velos, desarmar antiguos esquemas y matrices arcaicas para descubrir nuevas formas de entender el mundo. Creo que eso es crecer como sujeto y como sociedad. Aceptar que todo cambia y que nuestra mente debe estar abierta a los cambios.
El respeto debe ser el patrón común a todos. Aceptemos el desafío.
Alejandra Pili